IGLESIA DE LA AURORA Y DIVINA PROVIDENCIA
HISTORIA
Aurora María y Divina Providencia, advocación que da origen a dos comunidades religiosas nacidas en la Málaga del siglo XVII a veces confundidas al compartir patronazgo y vicisitudes históricas. Repasaremos en este escrito de forma somera su devenir, siendo mas prolijos en lo que se refiere a las Reverendas Madres Dominicas, de recuerdo imborrable, por su vinculación a esta Sacramental y que nos dejaron hace ya más de diez años.
Poco podía imaginar el modesto maestro de escuela Juan Sanchez, tercero de hábito descubierto de Santo Domingo, hasta donde llegaría en su empeño de sacar por el Barrio de los Percheles de nuestra querida Malaga de finales del XVII, un Rosario de la Aurora, formado por sus alumnos de la Calle San Jacinto.
Al rayar el alba, con los primeros albores de la mañana, un grupo de jóvenes entonaban la monótona letanía que alimentaba sus espíritus. Esta sencilla iniciativa dio paso con la agregación de devotos de mayor edad, que se fueron sumando, a una Comunidad ávida de ese alimento espiritual que se reunía en el corralón de Bustamante, germen de una Congregación que intitulan Rosario de la Aurora María.
Pasan a la Calle Agustín Parejo, a la casa de un hermano, Lucas, después a la de Don Pedro de Alburquerque en Calle de la Puente, donde instalan su primera capilla.
Don Pedro, y su mujer María de Chaves, sentían una gran devoción por Nuestra Señora de la Aurora María, como demuestra la citada cesión a los Hermanos del Santo Rosario, así como muy afectos a un religioso, por cuya intervención se realiza esta dación, figura principal en nuestro relato, el reverendísimo Fray Antonio Agustín de Milla de la Orden de Santo Domingo, que entre sus muchos quehaceres dirigía espiritualmente a cinco virtuosas mujeres, Hermanas Terceras de la Orden de la Milicia de Cristo, las cuales no disponían de sitio para vivir en Religión y Clausura. Por mediación de Fray Antonio, este pío matrimonio dona una casa contigua a la referida capilla de Calle de La Puente, donde se había instalado la Congregación del Rosario de la Aurora Maria, en el barrio de la Santísima Trinidad, donde nuestro religioso funda el Convento de la Aurora.
La escritura de cesión se realiza a favor de las cinco religiosas, a las que Fray Antonio traslada justo al año de la fundación, el 10 de agosto de 1728, con la licencia de Don Diego González de Toro y Villalobos, obispo de la Diócesis. Cruzan sus caminos las dos congregaciones, ya que para la construcción del coro, torno y oficinas, compran a los Hermanos del Rosario, que se mudaban a una Iglesia en la ribera del río Guadalmedina, en terrenos de 35 varas de largo y 11 de ancho, cedidos por la Ciudad en dicho año 1728. Ya en 1739, se traslada la imagen y la Hermandad, hasta que el 15 de enero de 1758 se celebra con gran boato su Dedicación, sacándose esa misma noche su Santo Rosario. El 19 de enero son aprobadas sus Constituciones por el Señor Ferrer, prelado de la Diócesis.
Pero siguiendo con las Religiosas, se deduce que la compra se realizó por 500 pesos, de los 1000 que había aportado el hermano del fundador, Don Salvador de Milla, junto con algunas alhajas de plata. Después de esto, el Convento se vio ampliado con la unión de tres casas anexas más, cedidas a la muerte de Don Pedro y su mujer, el 7 de mayo de 1738, a las que posteriormente se unieron dos casas más.
A pesar de estas ampliaciones, el espacio era insuficiente para una floreciente comunidad, lo cual unido a la humedad del sitio dada su proximidad al río, hacía penosa su habitación, por lo que motivó a Don Manuel Francisco de Amaya y su mujer, Doña Margarita del Villar, matrimonio sin herederos y muy devotos de la Congregación, a donar sus casas vivienda, así como un solar adjunto, sitos en la calle Andrés Pérez, el 23 de abril de 1759, ante Don Hermenegildo Ruiz, escribano del Número, para que una vez fallecidos, construyesen iglesia y convento en un plazo de ocho años. Muerta la supérstite el 21 de diciembre de 1774, se le dio posesión el 25 de febrero de 1775, por el Alcalde Mayor.
Se inicia en ese momento una carrera de ocho años para construir la Iglesia y el Convento que hoy conocemos, tiempo en el que debían estar concluidos ambos de acuerdo con los términos de la herencia. Acude así en ayuda de la Comunidad el presbítero secular, Don Juan de Priego, quien acomete la ardua empresa con solo 24.000 reales que habían conseguido juntar las religiosas a través de limosnas, para una obra que costaría 50.000 pesos, en cifras redondas. Con ello es posible hacerse una idea de la ímproba tarea que cargaba sobre sus hombros, teniendo en cuenta que «solo» le faltaban para completar los costos 376.000 reales.
Financian esta diferencia las ayudas de los fieles, las aportaciones del entonces obispo Don José de Molina Lario y una figura providencial en la empresa, Doña Rosa Pérez Solando, quien a la postre sería la gran benefactora de esta obra. Esta persona aportó todos los recursos faltantes, sin mirar gastos, hasta la finalización de los trabajos, sufragando unos 40.000 pesos de forma totalmente anónima para las religiosas, quienes solo supieron de su intervención al final de la obra. Es por esto que fue nombrada Patrona por las monjas el 12 de agosto de 1780, con la licencia necesaria del obispo, nombramiento que Doña Rosa aceptó al día siguiente.
Finalizada la construcción, con el visto bueno del director Don Juan de Priego, se fija el día del traslado para el 6 de octubre de 1787, víspera de la festividad del Santo Rosario, en una procesión encabezada por el señor Obispo, Don Manuel Ferrer y Figueredo, y el cabildo catedralicio. Esta procesión recogió a las monjas de clausura del antiguo convento de la calle la Puente y se dirigieron al actual, el cual quedó inaugurado con la bendición del Santísimo Sacramento y su colocación en el Sagrario por el Obispo.
Además, como celebración de la inauguración, se oficiaron dos novenas, una por la mañana y otra por la tarde, predicadas por los canónigos de la Catedral, y el día 5 de noviembre de 1787 fue nombrado por el obispo como Capellán del nuevo convento el Señor Don Juan de Priego.
Comenzaba así un alojo que duraría 220 años, más de dos siglos de la historia de Málaga, en el que en las contadas ocasiones que les permitían sus reglas, era posible contemplar a las religiosas con sus inconfundibles túnicas blancas.
Nuestra Hermandad ha tenido el privilegio de compartir este espacio eclesial que las religiosas supieron impregnar de cariño, dedicación y oración durante sus últimos cincuenta años de estancia, desde que en 1950 se estableciese la Iglesia de la Aurora y Divina Providencia como nuestra sede canónica.
El 16 de septiembre de 2006, en un sencillo acto debido al cierre del Convento, nuestro entonces Hermano Mayor, Don Francisco Moreno Muñoz, hizo entrega a Sor Purificación, última Priora de la ya reducida Comunidad, de una réplica en oro de la llave que porta Nuestro Padre Jesús Nazareno de Viñeros, como muestra de nuestro agradecimiento por su hospitalidad y acogimiento a nuestra Sacramental.
ÚLTIMA REFORMA
Tras diversos trabajos realizados en el año 2015 para la mejora e impermeabilización de la cubierta de nuestra sede canónica, a finales de 2018 se aprobó la rehabilitación del interior de la misma a través de un convenio entre el Instituto Municipal de la Vivienda del Ayuntamiento de Málaga, y el Obispado.
En estos trabajos de restauración, se ha ejecutado una limpieza completa de los techos interiores, para consolidar el oro de la decoración de los mismos, permitiendo que brille con fuerza.
También se han homogeneizado las paredes de todo el templo, incluyendo zócalos que presentaban humedades, restaurando también el cancel de la entrada a su aspecto original.
Destaca también la recuperación del color original del camarín de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Viñeros, y la completa renovación de la instalación eléctrica y la iluminación, lo que ha permitido que la Iglesia gane enormemente en luminosidad y espectacularidad.
Texto: Francisco Aranda, Antonio S. García – A partir del Archivo Histórico de la Hermandad.